De que sirven los condicionamientos?

Que se apague la cabeza. Que la mente deje de filtrar las cosas y tergiversarlas sin remedio. ¿De qué sirven los condicionamientos, los juicios, las figuraciones de lo que será o no será? Está más que demostrado que precisamente desde el pensamiento, desde las conjeturas y todas las demás modalidades de las que derivan los análisis, solo obtenemos conclusiones erradas cuando se trata de temas de amor.
Nos enamoramos desde el inconsciente, dicen los analistas del comportamiento humano, y a partir de ahí es poco lo que pueden hacer nuestras intenciones de encontrar a alguien “adecuado”. Y precisamente en ese “adecuado” radica la mayoría de los errores.
Parémonos a pensar un momento.  ¿Qué es “adecuado” para nosotros? ¿A qué responden esas cualidades? Probablemente descubriremos que tenemos grabado en nuestro sistema una serie de requisitos que puede que no coincidan con las necesidades reales de compañía que tenemos.
Esa, como todas las informaciones de nuestra vida, debe ser sujeta a revisión periódica. Quizá lo que fue “adecuado” hace unos años, no lo es ahora. Aunque mentalmente insistamos en esperar por el mismo tipo de persona, quizá porque pensemos que seguimos siendo esa misma persona y no seamos capaces de observar con objetividad nuestro día a día actual, y replantear lo que es ahora importante.
Por ejemplo, las mujeres solemos responder al ideal de “hombre exitoso”- con todo el peso superficial que ha cobrado ese término- que se nos metió en la cabeza, con responsabilidad compartida: nuestra historia familiar, los anhelos de nuestros padres para nosotras…. Pero podremos descubrirnos, tiempo después, siendo tremendamente infelices junto a ese ser que resulta que no tiene tiempo para otra cosa que no sean sus motivos de éxito.
Los hombres pueden haberse quedado buscando el modelo de mujer que quizá se parece a su madre, que tiene ciertas “virtudes” imprescindibles para fundar una familia. Pero puede que en su segunda o tercera oportunidad, y a su edad, necesiten de alguien que sea más una compañera de vida, que comparta sus valores esenciales, sus pasatiempos.
El tiempo, los golpes y sus sabias enseñanzas demuestran que muchos de esos criterios nos llevaron por derroteros de dolor. Porque al fin y al cabo se trata de cosas superficiales, que no necesariamente conectan con la esencia de nuestro ser.
¿Y cuál es la esencia de nuestro ser? ¡Ahí la grave pregunta! Para comenzar a respondernos a eso primero habremos tenido que ocuparnos de iniciar el largo viaje hacia nosotr@s mism@s. Contactar con una esencia que vive y late detrás de todas las programaciones de ese “yo” que en muchos casos muy poco tiene que ver con quienes somos en realidad.
¿Qué me haría feliz? ¿Qué es lo que realmente necesito de alguien que esté a mi lado?  Serían las preguntas. Para responderlas, también hay que conocerse. Somos los principales coleccionistas de nuestros propios mitos. Para nosotros también se cumple el precepto de que “las personas son sus hechos”. Tenemos una idea de nosotros mismos, que nuestros hechos suelen desmentir si somos capaces de distanciarnos lo suficiente e intentar verlos tal cual son, sin argumentaciones.
No es tarea fácil, pero es el único camino que nos puede conducir de forma cierta a los brazos de la felicidad romántica.

Laura Jo

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