Los placebos del Amor

 

La ausencia prolongada de amor va endureciendo el alma. De pronto nos descubrimos capaces de una frialdad que antes jamás imaginamos. Se va relajando el concepto porque ya no es sublime, inmaculado, todopoderoso.
Si ya no podemos aspirar al Gran Amor, entonces aceptamos que todo lo demás serán burdas réplicas. Nos conformamos. Nos transamos para no perderlo por completo. Luchamos por quedarnos con algo al menos parecido.
“Más realista”, decimos. Miles de argumentos de “ya a estas edades...”, que vienen a confirmar que hemos aceptado que ya no lo esperamos más. Que sabemos que nada podrá compararse con Aquello y entonces, después de eso se tolera y agradece de buen grado los placebos románticos que la vida nos vaya poniendo en el camino.
Evaluamos serenamente las posibilidades de las personas que nos atraen, y los colocamos en su sitio. A menudo, pasan como páginas de libros que no vuelven a leerse más. Otras, nos detenemos con lo que nos resulta conveniente, fácil, donde hay cosas como “intereses comunes”, y una declaración de ganas mutuas de intentar construir algo.
El cuerpo se resiste a perder la posibilidad de tener grandes momentos, grandes descubrimientos. Quiere vibrar y dar saltos de emoción e impaciencia. Sentirse vivo a la mirada de alguien, sentir el calentar de su sangre, el aumento de sus pulsaciones. Cerrar los ojos y balancearse en el vaivén exaltado de la pasión.
Queremos pensar que pueda ser Amor. Lo evocamos desde la distancia de un corazón protegido, escondido, ausente. Hueco el pecho, avanzamos. Decidimos jugar a Amar. Entramos en la cancha y volvemos, con toda nuestra individualidad casi cerrada a la idea de desdoblarse, de auténticamente ceder para amoldarse a la de otro, que casi siempre también juega a lo mismo.
Dos que bailan del mismo modo ausente, superficial. Cada uno con su historial de soledades, con su cuota de dolor personal a cuestas. Cada uno su canción y a su modo. A veces con suerte se logra. Se acoplan expectativas y se decide a abrirse a la dulce calidez de la compañía, del apoyo, del “tenernos el uno al otro”.
Hay casos de dos que maduros se encuentran y logran vivir una versión propia del amor. Que claudican en su individualidad y espíritu libre, por toda la promesa de la vida en pareja. Pero, en ellos se plasma una cierta dureza. Hay como un dejo en la cara que indica que ya no hay inocencia. Que se trata de una especie de acuerdo conveniente para los dos. Quizá lo que tengan sea algo plácido y maravilloso, pero no es… Amor.

Laura Jo

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